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3 abril 2012 2 03 /04 /abril /2012 22:49

Se paró frente al gran escaparate de la tienda de ropa que estaba más de moda. Unos maniquíes, de esos realistas y ultramodernos, la contemplaban desde el otro lado del cristal. Sus ropas eran ajustadas, con muy poca tela y de colores muy estridentes y chillones. Ella no les estaba prestando demasiada atención. Sólo se fijaba en su propio reflejo. Vió su pelo negro como la noche, sus enormes, brillantes y cansados ojos castaños, su piel blanquecina.... Tardó un momento en reconocerse. Habían pasado tantas cosas en los últimos días, que sentía como si hubiera envejecido unos cuantos años. Tantas emociones vividas, tantas carreras, persecuciones, muertes y tanta, tanta sangre....Sabía que ella era la elegida, que le correspondía cumplir la sagrada misión que le había sido encomendada. A pesar de saber todo esto, en ocasiones maldecía su destino en voz baja, ya que le parecía que cargaba una responsabilidad demasiado grande para alguien tan joven como ella. 

Pensó en lo apacible y normal que había sido su vida hasta hacía poco tiempo. Criada por sus abuelos, siempre se sintió y fué la niña rara. Mientras que el resto de niños y niñas jugaban al fútbol o con muñecas, ella prefería pasar su tiempo libre observando insectos y minerales, leyendo libros considerados para mayores, dibujando cosas extrañas que parecían no tener significado alguno, escribiendo en un idioma inventado por ella misma....Lo que más le gustaba era mirar al cielo. Podía estar así durante horas, simplemente mirando hacia arriba, hacia las nubes y las estrellas, como esperando que algo llegara, algo que viniera a buscarla y la sacara de este mundo, al que no se acostumbraba ni creía pertenecer. El resto de niños se burlaba de ella. Era diferente, rara y tenía que pagar un alto precio por ello. Jamás tuvo un amigo de su edad. Sólo su cobaya Vera era su fiel compañera y le acompaba a todas partes. A pesar de todo esto, había sido una niña feliz y despreocupada. Era inteligente, aplicada y sacaba excelentes notas.

Al llegar a la adolescencia, acudió al instituto y continuó siendo la niña rara. También continuaron sus extraños dibujos y escritos. Allí también se burlaban de ella e inventaban fantásticas y estrambóticas historias y leyendas sobre ella. Nunca le importaron aquellas cosas y lo único que no llegó a entender era el porqué de aquellas burlas. Ella estaba contenta de ser como era y se preguntaba porqué los demás no parecían ser tan felices consigo mismos.

Después, al cumplir los 16 ocurrió lo que llevaba toda la vida esperando. Su verdadera "familia" apareció en escena. La llevaron con ellos, le contaron la gran verdad, la instruyeron, la aleccionaron, la entrenaron y la prepararon para cometer su misión y aceptar su destino. Su propio destino, el de su familia y el del planeta entero, dependían sólo de ella....

Pero todo esto es otra historia. Pertenece al pasado. Volvamos al presente.

Por el rabillo del ojo vió salir de la tienda de ropa a la persona a la que llevaba un buen rato siguiendo. Pasó a su lado, sin reparar en ella. Dejo que continuara su camino, y ya a una distancia prudencial comenzó a seguirle de nuevo. Se ajustó la pequeña mochila que llevaba en sus hombros y esquivó a toda la muchedumbre que pululaba a aquellas horas por una de las calles más importantes y céntricas de la ciudad. Su presa era un hombre de mediana edad, moreno, pelo corto, engominado y muy flaco. Poseía una información vital para ella y necesitaba tener una pequeña charla con él.

El hombre cruzó de acera y se metió por la calle donde comenzaba el barrio chino. Ella le siguió y se internó por aquel extraño y misterioso barrio. Enseguida vió un montón de actividad en sus calles. Había pequeños puestos callejeros donde vendían practicamente de todo : fruta, licores, plantas, animales, perfumes, comida...También en las esquinas de sus calles, había mujeres que vendían otras clases de alimentos...Un grupo de niños chillones, jugando con unas coloridas cometas, pasó corriendo a su lado y casi la tiran al suelo. Tuvo que apoyarse en uno de esos puestos de fruta y, aprovechando el momento, birló habilmente una manzana muy roja y brillante. La guardó en su mochila y prosiguió su misión. El hombre empezó a callejear. Tan pronto giraba a la izquierda como lo hacía a la derecha. No parecía tener un rumbo fijo. La s calles por las que se metía eran cada vez más estrechas y había menos personas. Un fuerte olor a pescado frito inundó sus fosas nasales y le entró una nausea. Nunca le había gustado el pescado, especialmente el marisco y cosas similares. No lo soportaba.

Al girar por la última callejuela por donde se había metido aquel hombre, se sorprendió de no ver absolutamente a nadie. Ni un alma andaba por aquella calle y no había ninguna puerta donde se pudiera haber escondido. La calle era muy larga y continuó andando por ella. Hacia la mitad, se encontró en lo que parecía una intersección de calles. Ella estaba justo en el medio y a su derecha, a su izquierda, delante y detrás, desembocaban calles. Dos a la izquierda, una a la derecha y dos delante. Le dió mala espina. Un escalofrío recorrió su espalda y se percató de que había caido en una trampa. Ni siquiera se sorprendió cuando empezó a escuchar un gran número de pasos que se dirigían hacia ella. Eran ellos. Los merodeadores la habían encontrado.

Aparecieron por todas las calles, incluso detrás suyo. Eran una veintena y todos llevan su clásica indumentaria oscura y llevaban las pinturas de guerra adornando sus sombríos rostros. Barajó varias opciones antes de tomar una decisión. Eran demasiados y se sentía demasiado cansada como para luchar con todos ellos, así que sólo podía hacer una cosa : huir. Por la calle que tenía a la derecha, cuatro merodeadores empezaron a correr y ella hizo lo mismo. Corrió hacia ellos y observó como empezaban a desenvainar sus largas y afiladas espadas. Cuando llegó a su altura, aprovechó un gran charco de agua y se lanzó al suelo, deslizándose por él. Atravesó las piernas de uno de aquellos horribles seres. Intentó cogerla por el pelo, pero ella se pusó de pie rapidamente y salió corriendo. Notó como todo el grupo corría tra ella, sin hacer ruido alguno. La calle acababa y no había ningún lugar por donde poder escapar de allí. Casi al final, vió un estrechísimo callejón a su izquierda y se metió por él sin pensárselo dos veces.

Siguió corriendo y llegó a una calleja oscura, con dos grandes y sucios contenedores de basura a la derecha, completamente nada a la izquierda y una altísima pared desconchada al frente. No tenía escapatoria. Se paró frente a la pared, se dió la vuelta y vió a todo el grupo de merodeadores deteniéndose frente a ella. Junto a los contenedores de basura había unos cartones de los que sobresalió la cabeza de un vagabundo, completamente borracho, que contempló la curiosa escena. Uno de los merodeadores dió dos pasos rápidos y golpeó con violencia el rostro de la chica que andaban buscando. Ella cayó al suelo y se quedó quieta, con las rodillas clavadas en el suelo. Se avalanzaron hacia ella y uno de ellos, que parecía ser el que más mandaba, gritó por encima de sus cabezas :

- ¡¡ Estúpidos !! ¡¡ Recordar que no debéis acorralarla !! - chilló.

Su aviso llegó demasiado tarde. Ella empezó a levantar la cabeza lentamente, con parsimonia. Sus ojos, otrora castaños, empezaron a teñirse de negro. Eran de una negrura sólo comparable con la negrura del infinito. Comenzó a erguirse y los merodeadores dieron un paso atrás, contemplando con miedo la transformación de la chica. Su rostro se convirtió en un rostro felino, casi animal. Del bolsillo trasero sacó dos palos, no muy largos. En uno de los lados de cada uno de los palos había una especie de botón. Lo pulsó y un par de hojas afiladas brotaron de ellos. Se formaron como una especie de hachas pequeñas.

De repente, y con una velocidad vertiginosa, se lanzó hacia ellos. Alzó el hacha y cercenó de un golpe el brazo de uno de ellos. Sin darles tiempo a reaccionar comenzó a golpearles sin piedad ninguna. Miembros amputados y regueros de sangre inundaron la calle. Su fuerza era brutal. No la podían detener, a pesar de ser muchísimos más que ella. A uno de ellos, le cortó un pie de un sólo tajo, juntó las hachas en una mano, sacó un puñal plateado de otro de sus bolsillos y se lo clavó con fiereza en un ojo. Al sacar el puñal, sacó también su globo ocular, mientras el hombre aullaba de dolor.

En el tiempo que transcurrió toda la escaramuza, el vagabundo se quedó todo lo quieto que pudo, con las ropas cubiertas de sangre y  los ojos bien abiertos, pensando que había llegado el día que tanto había temido : estaba sufriendo su primer delirium tremens.

De repente, todo terminó. Los cadaveres se apilaban junto a los contenedores y el suelo se había teñido de rojo, de color sangre. Observó que uno de los merodeadores, al que le había cortado una mano y unos cuantos dedos de la otra, intentaba escabullirse. Lo cogió por la nuca, lo lanzó contra una pared y apoyó sus dos hachas en su cuello, sin hacerle ningún corte.

- ¿ Cómo te llamas, bastardo ? - le preguntó.

- Pa - Pakrat, Dama Oscura - contestó él.

- Muy bien, Pakrat, voy a ser misericordiosa contigo y te voy a dejar con vida - le dijo. - Pero a cambio, tienes que hacerme un pequeño favor.

- Lo - Lo que desée - contestó con voz temblorosa.

- Quiero que le transmitas un mensaje a tu Amo. Dile que puede mandar a los esbirros que quiera, que no me podrá detener. Recuperaré el cetro y abriré las puertas de la Eternidad. - le dijo muy cerca de su oido, bisbiseando, casi en un susurro. - ¿ Lo has entendido, sucia rata ?

- Sí, sí...Le daré su mensaje - contestó con el miedo y el dolor metidos en el cuerpo.

- Ahora fuera de aquí - dijo y lo tiró al suelo con desprecio. El merodeador se levantó como pudo y desapareció de su vista corriendo como alma que lleva el diablo.

Ella se quedó quieta, se tranquilizó y volvió a su ser. Reparó en el vagabundo que la miraba aterrado. Cogió la mochila, la abrió y sacó la manzana que había robado hace un rato. Se la ofreció al borracho y este, muy despacio, como un perro temeroso, la cogió de la palma de su mano.

- Gracias...- le dijo.

Ella se volvió y emprendió el camino hacia su destino, a la vez que tarareaba una antigua canción de un viejo grupo, ya olvidado, de musica punk....

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4 febrero 2012 6 04 /02 /febrero /2012 16:38

Caminaba agazapado y refugiándose de la fina lluvia que caía en aquella fría noche de Enero. Las noches de invierno en Chicago solían ser frías, oscuras e impredecibles. Esta no era una excepción. La luna se difuminaba en el cielo y las únicas estrellas que se podían ver eran las de los carteles de los clubes de jazz que proliferaban en la ciudad. Casi no había ni un alma por la avenida norte de Broadway. Mejor, pensó Randall ( todo el mundo le llamaba Randy ). A pesar de apedillarse White, curiosamente su tez era tostada, curtida por el sol a través de sus innumerables viajes por, practicamente, todos los estados del país.

Randy había nacido a finales del siglo XIX en Dallas, Texas. Miembro de familia numerosa ( él era el séptimo de nueve hermanos ), pasó sus primeros años recibiendo los "cuidados" de su madre y de sus, variopintos, novios ( de su padre biológico nunca tuvo noticias ). Al cumplir los cinco años, su madre, al no poder mantener a toda la familia, le abandonó ( junto a sus dos hermanos más pequeños ) en la puerta del orfanato presbiteriano de la ciudad. Allí pasó cuatro años. Lo único que aprendió en todo ese tiempo, además de una estricta educación cristiana, fue a fantasear que escapaba de aquellos fríos y grises muros. Quería salir de allí y viajar por todo el mundo. Deseaba conocer las tierras que había visto en los, pocos y gastados, libros de la pequeña biblioteca del hospicio. Sus hermanos pequeños murieron al poco tiempo de entrar allí. La tosferina hacía estragos en aquella época y los dos se unieron a una larga lista de cadaveres. Se encontraba, completamente, sólo en el mundo ya que nunca hizo buenas migas con ningún niño del centro. Era reservado, poco hablador y tenía fama de conflictivo. Se metió en muchas peleas y se ganó duros correctivos por parte de las monjas del orfanato. Intentó escaparse, sin éxito, en dos ocasiones y a la tercera fue la vencida. Logró escabullirse una calurosa noche de verano y desde entonces, no había parado de andar y viajar.

Se consideraba a sí mismo un trotamundos y le encantaba vagabundear de aquí para allá. Estuvo sobreviviendo como, buenamente, pudo durante todos estos años. Había vivido ( más bien malvivido ) en Oklahoma, Wichita, Saint Louis, Memphis, Indianapolis, Iowa...... En todos estos sitios había trabajado poco y robado, bebido y peleado mucho. Las consecuencias de esta vida eran visibles en una gran cicatriz en su cara ( que le llegaba desde el ojo derecho hasta el mentón ) y en la falta del dedo índice de la mano izquierda, perdido en una vieja escaramuza. Un par de veces había dado con sus huesos en la cárcel por pequeños robos en granjas comarcales. La segunda vez que estuvo preso, volvió a revivir sus años en el orfanato y consiguió fugarse junto a otros dos reclusos de la cárcel del condado de Cerro Gordo en Iowa.

Siguió dando tumbos y tundas ( aderezadas con ron, bourbon y cerveza ), hasta que se instaló en Chicago. Allí contactó con un viejo compañero de celda y de juergas y se dedicó a transportar bebidas alcohólicas ( prohibidas por la Ley Seca promulgada en 1920 ), a atracar tiendas, a apostar en largas y sudorosas noches de boxeo, a visitar locales en el barrio chino ( donde conoció los encantos y los placeres del consumo de opio ) y a visitar también los, sucios y coloridos, prostíbulos.

Aquella lluviosa noche de Enero, necesitaba reunir un buen puñado de dolares. Debía mucha pasta por las apuestas de boxeo y si no reunía el dinero lo antes posible, se veía durmiendo el sueño eterno junto a los peces. Se subió el cuello de su abotonada gabardina, se caló la gorra y enfiló sus pasos hacia el club más famoso de la ciudad, el Green Mill. Al llegar allí, echó un vistazo hacia uno y otro lado y continuó sin ver a nadie por la calle. Maldijo su suerte en voz alta ; necesitaba localizar algún blanco fácil para darle el palo y acudir, acto seguido, a un speakeasy ( local ilegal donde se vendía alcohol ) para reunirse con uno de sus socios.

Al final de la calle había un oscuro callejón. Pensó que desde allí podría divisar si alguien salía del Green Mill ( con un poco de suerte con algunas copas de más ), sin ser descubierto. Dicho y hecho. Se apostó en el callejón y se dispusó a esperar el tiempo que hiciera falta. Una rata grande como una liebre correteó por sus botas y le pegó una violenta patada. Sacó una pequeña botella de jarabe para la tos ( que contenía whisky barato, del que raspaba la garganta ) del bolsillo izquierdo de la gabardina y se echó un buen trago para calmar los nervios y calentar un poco su atenazado cuerpo. Metió la mano derecha en el otro bolsillo y acarició el frío revolver; un colt de ocho cartuchos, frío y liviano. Se encendió un Camel sin boquilla con la única cerilla que le quedaba.

Los minutos pasaban sin ninguna novedad. Se estaba muriendo de frío y no paraba de maldecir su mala suerte. Cuando casi había arrojado la toalla, una pareja salió del club. Eran un hombre de mediana edad y una chica joven. Él iba muy trajeado, con un gran sombrero de copa y apestaba a dinero. Ella era una de esas flappers que tan de moda estaban. Tenía el pelo muy corto, en plan bob cut y teñido de rubio platino. LLevaba collares y pulseras de cuentas y fumaba un cigarrillo con una gran boquilla. Su vestido era largo, de color negro y parecía no tener nada de frío. Se reía con grandes y estridentes carcajadas y sus torpes movimientos delataban que, o bien iba borracha, o bien ciega de cocaína. Randy se relamió y se preparó para entrar en acción.

Cuando ya llevaban la mitad del camino hacia al callejón, Randy se fijó en una figura que apareció por una de las calles transversales. Se encontraba detrás de la pareja, a una distancia considerable. Era un hombre, ataviado con un oscuro traje, un largo sombrero y una especie de capa que sobrevolaba gracias a una ráfaga de viento que se había levantado de repente. Echó a andar y a Randy le extrañaron sus gráciles y firmes pasos. No era una forma muy normal de andar. Además, le pareció que sus pies no tocaban el suelo. Un sudor frío le recorrió la espalda, no le gustaba nada ese extaño tipo. Se fijó mejor y comprobó que parecía levitar por el aire. Con la boca abierta, se santiguó ( recuerdo de su paso por el orfanato ) y observó como, con una rapidez inhumana, se avalanzaba hacía la pareja, completamente absortos en su etílico mundo, agarró al hombre por la nuca y le rompió el cuello con un violento movimiento. Pudo escuchar el crujido de las vertebras quebrándose. La mujer se giró, sin saber qué demonios acababa de suceder, y el extraño le agarró de una muñeca, la atrajo hacia él, la agarró del pelo y echó hacia atrás su cabeza, dejando al descubierto su cuello. Randy creyó volverse loco cuando contempló los ojos de aquel hombre, o lo que quiera que fuese. Eran rojos, brillantes, como los de un animal. Abrió la boca y mostró unos afilados y demoníacos colmillos. Con brusquedad los clavó en el cuello de la desdichada muchacha. Desde su escondite en el callejón, Randy pudo escuchar con claridad los sorbos y chupetones que procedían de la boca de aquel ser procedente del averno. La chica agitaba su cuerpo, sin proferir lamento o grito alguno. Arrojó el cuerpo inerte de la mujer y se limpió la boca, cubierta de sangre, con la manga de su traje.

Randy, tembloroso y muerto de miedo, se había metido unos de sus puños en la boca para no chillar y no advertir de su presencia. El extraño se quedó mirando en su dirección y, tras unos angustiosos segundos, se dió la vuelta y echó a "andar". Cuando vió que desaparecía de su vista, Randy salió del callejón, buscó en la gabardina la botellita de jarabe (necesitaba un trago con urgencia )9181940-negro-de-ojos-rojos-de-gato-en-la-oscuridad-de-la-n.jpg y al acercarla a su boca, sus manos temblorosas hicieron que se le resbalara de los dedos. La botella cayó al suelo, rompiéndose en añicos. El sonido de cristales rotos retumbó en las calles vacías.

Paralizado por los acontecimientos, miró al frente y entre la fina lluvia, que caía sin parar, vió dos luces rojas al fondo de la calle, camufladas en la oscuridad. Sabía bien que no eran ninguna luz, tenía muy claro lo que realmente eran.

Rebuscó en la gabardina el revolver y cuando, por fin, consiguió sacarlo, supo que era demasiado tarde y que ya no iba a dormir junto a los peces y que sus años de andanzas habían terminado. Notó un dolor punzante en su cuello y se lamentó de que no le hubiera dado tiempo a echar un último trago.....

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22 marzo 2011 2 22 /03 /marzo /2011 18:55

En los 80, un grupo llamado Golpes bajos, cantaba eso de que no eran buenos tiempos para la lírica. Ahora mismo no sé si seran buenos tiempos para la lírica, pero lo que sí sé seguro, o por lo menos lo intuyo, que se acercan buenos tiempos para mí. Lo noto en los huesos, lo siento, lo puedo oler....

Quizás sea porque ha empezado la Primavera y eso me ha alterado algo o quizás sea por el sexto sentido que a veces creo tener. En realidad, no lo sé. Es como cuando ves una película y desde el principio sabes lo que vá a pasar, lo intuyes,incluso sabes quién es el malo. Pues a mí me pasa lo mismo, sé que va a pasar algo. No sé cuando ni donde, pero así va a ser.

"La felicidad está en la antesala de la felicidad" dice el sabio Punset. No puedo estar más de acuerdo con él. Estoy feliz y espero seguir estándolo mucho tiempo....

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19 enero 2011 3 19 /01 /enero /2011 23:22

Camino elegantemente por el hall del hotel después de dejar la llave de mi habitación en la recepción y en mi camino se cruza un botones que empuja un gran carro lleno de maletas. Se me queda mirando fijamente con la boca medio abierta en un gesto que le hace parecer más tonto de lo que probablemente sea. Por el rabillo del ojo veo que vuelve la cabeza para seguir mis movimientos y sin darse cuenta atropella a una vieja emperifollada, repleta de oros ( o por lo menos eso le dirá su marido ) y con pinta de desayunar todos los días caviar y langosta. Escuchando gritos, lamentos y protestas, y con una gran sonrisa en la boca, entro en el bar.

Nada más aparecer por la puerta, me detengo un momento. Observo y cuento mentalmente de forma rápida, tal y como me enseñaron, todo el mundo que se encuentra dentro del bar: 31 hombres, 16 mujeres. 4 niños, 2 camareros en la barra y otros 2 en las mesas. Veo también que hay 1 cámara de vigilancia y un par de puertas. Una debe llevar al almacen y la otra parece que va a parar a un largo pasillo. Hay que tener una ruta de escape por si acaso las cosas se complican.

Me miro en un gran espejo lleno de ornamentos y florituras que hay en la entrada. La Agencia no repara en gastos.  Estoy bien sexy con mi vestido nuevo de Versace, negro, que realza mis pechos y me hace un buen culo. Tengo los labios pintados de rojo putón, en mi cuello luzco un sencillo collar hecho de cristales de murano y también luzco en los pies unos Manolos que haría que la mayoría de las mujeres de mundo se muerieran de envidia. Estoy perfecta.

- ¿ Lo ves ?- me dice una voz estridente en el oído derecho.

- Estoy en ello - contesto despacio para que nadie me pueda oir. No me acabo de acostumbrar a los microfonos que nos hacen poner. Son incómodos y me duelen mucho los oídos de usarlos. La voz corresponde a un componente de mi grupo de apoyo que están situados en una furgoneta aparcada en la acera de enfrente del hotel. El grupo, si se puede llamar así, está formado por Mike Lennon, el conductor, un afroamericano entrado ya en años y con una barriga más grande que el ego de mi ex ; Tom Cassidy, el de los monitores, un irlandes que se cree más de lo que es y que debe pensar que el jabón es un producto de cuarta o quinta necesidad y por último, Nick Hogan, el encargado de los micrófonos que es el que me ha hablado hace unos segundos, un americano sureño bastante capullo que no debe haberse lavado la boca en milenios. Yo lo llamo Aliento de dragón. Menudo equipo...

- Date prisa, monada, no tenemos todo el día - me dice y su voz suena como si la tuviera llena de comida. Me lo imagino comiéndose una de las hamburguesas que se suele comer y se me revuelve el estómago solo de pensarlo.

- Ya voy - contesto de forma suave pensando que luego tengo que tener una conversación sobre buenos modales con él.

Diviso mi objetivo al fondo de la barra. Un hombre de mediana edad, moreno, delgado, casi anoréxico diría yo, vestido con un elegante traje de Armani y con claros signos de haber estado bebiendo desde hace un buen rato. Me retoco la peluca negra que llevo para camuflarme y disimular el mícrófono de mi oreja y con paso firme y decidido me dirijo hacia él

De camino a la barra noto como decenas de ojos masculinos ( e incluso un par de ojos femeninos ) se clavan en mí y agradezco que lo que miran no sea mi cara ni mis ojos. Mejor para mí, si les preguntan solo recordarán a una mujer morena con un cuerpazo de escándalo. ¡ Dios bendiga a la Madre Naturaleza !

Me siento en un taburete en la barra y con mi mejor voz dulce y melosa le pido al camarero un gin-tonic. Saco el monedero del diminuto bolso de Dona Karan que llevo y con disimulo lo dejo caer al suelo. Lamentándome en voz alta me agacho para recogerlo y noto que he atraído la atención de mi objetivo. Siento su mirada en mi culo y lo dejo así un par de segundos más recreandome, por si todavía no le ha quedado claro. Me vuelvo a sentar en el taburete y jugueteo con los hielos de mi copa esperando. Justo detrás de él se encuentra su guarda pretoriana.. Son diez y están sentados en dos mesas jugando al poker, bebiendo, gritando y soltando grandes y masculinas risotadas. No veo muchas diferencias entre ellos y un grupo de primates. Y hablando de primates, hay uno que me parece bastante mono, la verdad.

Por el rabillo de mi ojo derecho veo que la persona por la cual me encuentro aquí se levanta del taburete y se me acerca. Me hago la despistada y bebo un trago del cubata.

- Buenas noches, señorita. - me dice. Me vuelvo hacia él y veo por primera vez de cerca su nariz aguileña y sus ojos inexpresivos. Parece un poco gilipollas.

- ¿ Qué hace una mujer tan bonita como tú aquí tan sola ?

Rectifico. Gilipollas total.

Lo miro un segundo sin decir nada y de todo mi repertorio de sonrisas, saco una mitad inocente-mitad seductora.

- Pues estaba aburrida en mi habitación y he bajado a tomarme una copà - le contesto sin apartar mis ojos de los suyos.

- ¿ Me permites que te acompañe ? - me pegunta

Le contesto afirmativamente y a partir de ahí todo es muy fácil. Durante un buen rato hablamos de cosas banales, tonteamos, nos reimos y bebemos. Lo que peor llevo es que mi querido grupo de apoyo estan oyendo todo lo que digo y me estan viendo en vivo y en directo. La Agencia ha hecho bien su trabajo y han colocado unas cuantas cámaras escondidas por el hotel. Aquí en el bar hay una, camuflada en una lámpara del techo. No sé cómo lo han hecho y la verdad es que no me importa un pimiento. La cuestión es que está ahí, cumpliendo su cometido.

Por fin me dice que si quiero ir  a su habitación a pasar, según él, una noche increíble. Yo le prometo que vá a pasar una noche inolvidable. Y así vá a ser, desde luego.

 

    


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16 enero 2011 7 16 /01 /enero /2011 12:54

Cundo se despertó, lo primero que pensó es que no sabía donde se encontraba. Sentía todo el cuerpo agarrotado y dolorido. Era noche cerrada y una gran luna se contemplaba arriba en el cielo estrellado. Debía de haber dormido poco rato, una hora o algo así. Intentó incorporarse y le costó bastante. Estaba enquilosado y tenía mucho frío. Una ardilla curiosa que pasaba por allí se le quedo mirando fijamente y cuando vió que le devolvian la mirada echó a correr con gráciles saltos hacia el interior del monte. A sus pies tenía un pequeño hatillo en el que llevaba pocas cosas : un jersey muy gastado y deshilachado, unas pocas monedas, una botella mediada de vino, un trozo de pan, un cacho de queso y unas galletas rancias.

Frente a él y a una distancia prudencial se encontraban las vias del tren. Se había despertado justo a tiempo ya que escuchó un fuerte sonido acercándose. Era el tren.

Debía de coger ese tren de mercancias y tendría que cogerlo en marcha. No tenía otra posibilidad y no podía fallar. Envuelto en ropas oscuras ( compuestas por unos pantalones de carpintero negros, un abrigo azul oscuro y un gorro también negro ) y con la cara manchada por barro, lección aprendida de cuando era pequeño y acompañaba a su padre a cazar jabalíes, se armó de valor y esperó el momento oportuno

Los dientes le casteñeteaban, producto del frío y de los nervios a partes iguales, y las manos le temblaban. No había encontrado los guantes en su precipitada huida y tenía los dedos congelados.

El tren se fué acercando a su posición y se mantuvo alerta. En cuanto pasó frente a él,el vagón de los maquinistas, echó a correr protegido en las sombras de la noche. El tren estaba compuesto de unos 12 grandes vagones. Consiguió llegar sin mucho esfuerzo ( el tren no llevaba mucha velocidad ) al noveno vagón y se agarró a él con fuerza. 

No sin mucho esfuerzo y con alguna dificultad ( sufrió un par de resbalones debido a que la superficie del tren estaba resbaladiza y helada por el tremendo frío que asolaba la región aquel largo invierno ), consiguió encaramarse y colarse por un ventanal del vagón. Ya dentro miró a uno y a otro lado y solo vió un montón de cajas tapadas por grandes lonas y se escondió detrás una pila de ellas.

Con el pulso volviendo a la normalidad y ya recuperado el aliento,se sentó y recordo la frenética actividad de las últimas horas.

A mitad de tarde del día anterior ( solo habían pasado unas horas y le parecía que hubieran pasado días ) salía del taller de carpintero donde era aprendiz y se encontró con el maestro del pueblo. Le vió muy nervioso y preocupado. Era un hombre de mediana edad, delgado, con el pelo canoso y lucía un gran mostacho perfectamente arreglado. Le preguntó que le sucedía y le contó el motivo de su preocupación. Era la única persona del pueblo que tenía radio y hacía un rato había escuchado un boletín oficial en el que comunicaban que las fuerzas invasoras habían invadido los pueblos de alrededor y se dirigían hacia el suyo. No tardarían mucho en llegar. Le advirtió que debía irse de allí cuanto antes ya que compartían las mismas ideas políticas y él iba a hacer lo mismo. A los invasores no les gustaban esas ideas y había oido cosas horribles que les hacían a la gente que no comulgaba con ellos.

Con el miedo en el cuerpo corrió hacia su casa a recoger las pocas cosas que tenía en posesión. Era una casa pobre, sin luz ni baño. Preparó raudo y veloz el hatillo y se fue de allí sin echar un vistazo atrás a la casa que le había visto nacer y  donde vivía él solo desde la muerte de sus padres. Era hijo único y no tenía más familia que una vieja tía, hermana de su madre, solterona y medio chiflada. Pensó en ir a avisar a sus amigos desde la infancia, Piotr y Viktor, pero recordó horrorizado que ese mismo día se habían ido al pueblo colindante a por unas reses para el ganado de su patrón. Según el maestro, ese pueblo ya había sido invadido y un escalofrío recorrió su cuerpo pensando en el futuro de sus viejos camaradas.

Sin tiempo para derramar lágrimas por ellos ( pese a que su corazón sí que lloraba y lloraba torrentes de lágrimas ) pensó en el próximo paso que debía dar. Tenía que llegar a la frontera como fuera. El único problema es que se encontraba a una cuantas millas de allí y no tenía dinero suficiente para coger un transporte que le llevara.

Decidió que lo mejor que podía hacer era colarse en un tren de mercancias que sabía que pasaba de madrugada dos pueblos más allá. La oscuridad ya había caído sobre él cuando salió del pueblo y se encaminó hacia el monte. Pensó que, aunque le costara más llegar, no era muy aconsejable dejarse ver por la carretera. Además conocía esos montes como la palma de su mano. Los había recorrido muchas veces en la época que se dedicó a pastorear de niño. A pesar de ello, la noche era tan oscura que no se libró de un par de caídas y de unos cuantos arañazos y moratones provocados por los golpes y las prisas. Tras unas dos horas de caminata consiguió llegar al punto donde se había despertado un rato antes.

Acurrucado en el vagón, ideas contradictorias asaltaban su cabeza.

¿ Que haré cuando cruze la frontera ?

Si la consigo cruzar....

No tengo donde caerme muerto.

En el pueblo tenía todo lo que podía necesitar.

Por lo menos estaré a salvo.

Soy un cobarde, abandono todo por salvar mi cuello....

Es lo único que puedo hacer.

Podría quedarme y luchar....

Solo soy un aprendiz de carpintero, no sé nada sobre luchas y guerras...

Podría quedarme y ayudar a mi gente.....ayudar a Natalia

Pensar en Natalia hizo que el corazón le diera un vuelco. Llevaba enamorado de ella desde que era un tierno infante y la sola idea de no volver a ver su rizado pelo negro y sus brillantes ojos claros hizo que se le desgarraran las tripas.

Durante unos largos segundos tanteó la situación y maldiciendose en voz baja tomo una decisión. No podía irse. Debía regresar al pueblo y echar una mano. Su padre habría actuado igual en su situación. Sería valiente y haría lo que pudiera. Lucharía por su tierra, por su vida, por la libertad....por Natalia.

Sacó la cabeza a la noche helada y vió que circulaban por unos terrenos cubiertos de nieve. Salío por el ventanal, tiró el hatillo, contó hasta tres y saltó.Cayó rodando por la nieve y se lastimó el brazo izquierdo en la caída. Se levantó jurando y maldiciendo, recogió el hatillo y volvió la cabeza.

El tren que iba a salvar su vida y le iba a conducir a un futuro mejor (en teoría ) e incierto, se alejaba. No había vuelta de hoja, ya no podía echarse atrás. Se abrochó bien el abrigo, se caló el gorro, echó un trago de vino y tarareando una vieja canción y envuelto en la oscuridad de la noche se dirigió de nuevo a los montes para desandar sus pasos y regresar....

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10 enero 2011 1 10 /01 /enero /2011 14:42

Me encuentro sentado en el catre de mi celda con un cigarro sin encender en la boca. Frente a mí, la misma pared desnuda y descolorida que veo todos los días. Conozco de memoria  cada pliegue del suelo, cada grieta y cada desconchón de las tres paredes que me rodean. Este es mi hogar. En esta minúscula celda se encuentran mi comedor, mi dormitorio, mi cocina, mi baño....

Aquí todos los días son iguales. Levantarse, recuento, ducha, desayuno, trabajo, comida, tiempo libre, cena, de nuevo recuento y cama. Nada cambia, siempre la misma historia. Todo es gris y aburrido. Quizás monotonía podría ser mi primer apellido.

Llevo tanto tiempo aquí metido que se me han olvidado los pecados que cometí y el tiempo que me resta de condena.

No hay día que no me levante sin pensar en fugarme de nuevo de este sitio tan horrible. Las medidas de seguridad son ferreas y los guardianes son violentos y nunca muestran un ápice de misericordia.

Sólo una vez conseguí fugarme de aquí y disfruté de las pequeñas cosas que sólo la libertad te puede ofrecer: respirar aire fresco, sentir los rayos del sol penetrando mi cuerpo y devolviéndome la vida, contemplar de nuevo el mar, dormir en una cama caliente y compartida.... Como en las casas de los pobres, poco duró la alegría. No tardaron en apresarme de nuevo. Fuí descuidado, despistado e idiota. Me arrepiento mucho de ello...

Tengo frío.

Tengo el cuerpo y el alma desnutridos.

Cada día que pasa la comida es más insípida y sólo como por inercia, no porque tenga hambre.

Lo único que hago es fumar y fumar, pensar y pensar...

Temo estar volviéndome loco, si no lo estoy ya. A veces me descubro hablando sólo, o mucho peor todavía, hablando con las cucarachas con las que comparto  mi diminuto apartamento.

La mayoría de mis colegas presos suelen tener algún bis a bis de vez en cuando. Yo nunca tengo ninguno. Algunas veces viene a verme alguna persona que todavía piensa en mí y aunque agradezca mucho su intención, no tengo ganas de hablar con ellos. No quiero que vean en lo que se ha convertido mi miserable vida.

Lo curioso y contradictório es que muchas veces, demasiadas diría yo, a pesar de lo mal que se está aquí dentro y de lo que sufro, no me gustaría salir de mi prisión. Tengo miedo de lo que me pueda esperar fuera. En resumidas cuentas, aquí me encuentro seguro, nada puede dañarme excepto yo mismo. Supongo que debo tener el denominado síndrome de Estocolmo.

Después, a ratos, me encantaría salir de aquí y VIVIR, así con mayúsculas. Conocer nuevos lugares, nuevas sensaciones, nuevas personas...O simplemente ir a otro lugar en el que se respire la paz y no sufra nunca más,aunque para encontrar ese sitio debería pagar un precio demasiado alto...

Así que aquí seguiré, en mi prisión. Ya he dicho antes que he cometido muchos pecados en mi vida, pero el peor de los pecados que he cometido es no ser feliz y ni siquiera haberlo intentado..barrotes.jpg

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10 diciembre 2010 5 10 /12 /diciembre /2010 21:10



¨Confianza´se dijo a sí mismo frente al espejo.Abrió el pequeño armario que tenía a su izquierda.Cogió un bote de gomina,se echó un poco en la mano y empezó a extendérselo por el pelo.Tenía un fuerte pero agradable olor a vainilla.Tres minutos despues decidió que ya estaba listo.Se miró una última vez en el espejo.Puso un par de muecas y se volvió a repetir ´Confianza´.Cogió la cazadora y las llaves.Al pasar por el comedor vió a Turbo,su gato persa mirándole con sus enormes ojos brillantes.Era como una mirada acusadora y se preguntó porque lo miraría de esa manera.Al final se le ocurrió,no le había puesto la comida.Abrió la puerta de la despensa y sacó una lata de comida para gatos.Se la puso en su gran cuenco rojo y le echó agua en otro cuenco más pequeño.Normalmente Turbo acudía corriendo a comer pero esta vez siguió quieto con esa extraña mirada en sus ojos.Quizás estaba enfermo.Tendría que llamar al veterinario,pero más tarde,cuando volviera.Salió de casa con paso firme y se cruzó con Teresa,una amiga de su madre.La saludó cariñosamente y ella le dió dos sonoros besos en las mejillas.Siempre le había caído muy bien y se alegró de habérsela cruzado esa mañana.Le dió energias y siguió su camino silbando.Tuvo que andar poco,el supermercado estaba cerca de su casa.Entró y echo una fugaz mirada a las cajas.Había poca gente comprando.Andó por los pasillos sin rumbo fijo.Realmente no necesitaba comprar nada.Por los altavoces sonaba Amaral a todo trapo.Le gustaba esa canción y empezó a tararearla.Volvió a mirar las cajas y cogió lo primero que tuvo a mano.Dos latas de tomate frito y otra de raviolis ya cocinados.,Echo a andar hacia las cajas.En una había 3 mujeres haciendo cola y en otra sólo había una mujer.Se puso en la primera y la otra cajera le miró extrañada.Él no se dió cuenta,porque estaba mirando a la otra cajera.Estaba mirando a ELLA.No sabía como se llamaba,en su imaginación la llamaba Bella..La vió por primera vez haría unos tres meses y se quedó maravillado.Entendió como se debió sentir Romeo al ver a Julieta.Era morena,tenía una mirada felina con sus ojazos verdes y unas sonrisa preciosa.Se alegró de que la mujer que tenía justo delante vaciará el monedero en la cinta para buscar unos céntimos que le faltaban.Así tendría más tiempo de mirarla y más tiempo para decidirse.Hoy se lo iba a decir,ya se había decidido.Llegó su turno y ella pasó las latas por el escaner sin mirarle.Él se quedó inmóvil mirando como se movía su pelo por el cuello y en como se acariciaba uno de sus brazos.Ella le miró callada y así se quedó un par de segundos.Él se había perdido en sus iris y en ese momento no había nada más que ellos dos.¨Son dos con cuarenta,por favor¨dijo ella.Eso le sacó de su ensoñación y sólo logró balbucear alguna palabras inconexas.Pagó y salió de allí con paso rápido.Mientras volvía a su casa pensó en que hoy no era el día.Lo haría mañana,seguro.Mañana sería su día.Miró al cielo y pensó que por lo menos todavía amanecía gratis.

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9 diciembre 2010 4 09 /12 /diciembre /2010 16:10

Salió de la casa pronto,por la tarde. Echó un vistazo a un lado y a otro de la calle. No vió a nadie. Sólo un perro estaba tirado durmiendo panza arriba placidamente bajo la sombra del toldo de la papelería. Miró la hora en el reloj que le habían regalado al hacer la primera comunión y se dió cuenta que llegaba tarde. Comprobó que llevaba todo en los bolsillos y echó a correr. Atravesó la Plaza Mayor y se metió por la Calle del Vidrio. Sonidos de la televisión llegaban a sus oidos al atravesar las casas. Había dejado a su abuelo dormido en el sofá y a su abuela leyendo una revista mientrás se abanicaba con maestría. Ese verano estaba siendo muy caluroso y Alejo le había dicho que había oído a su padre decir que aún vendría más calor. No habría estado mal ir a la piscina a pegarse un chapuzón pero hoy tenía otros planes. Llegó al puente que cortaba el pueblo y bajó por un montículo. Debajo del puente continuó su camino. Vió a lo lejos la fuente. Era una vieja fuente con una manivela oxidada con la que se sacaba el agua. Recordó el verano pasado,lo malo que se puso de las tripas por beber agua de allí. Tenía sed pero decidió seguir el camino. Poco después escucho unas voces delante suyo y vió a Alejo y Julián hablando y tirando piedras al rio. Se saludaron y prosiguieron el camino juntos. Llegaron al final del puente y se encontraron con la carretera. Era una carretera enorme con muchos carriles,de doble dirección y que bordeaba el pueblo. Su abuela siempre la advertía que no la cruzara nunca. Pero ya tenía 10 años,ya era mayor para poder hacerlo. Con mucho cuidado atravesaron la carretera. Era temprano y no circulaban muchos coches. Ya en el otro lado enfilaron hacia el monte. Se metieron por un camino que estaba lleno de zarzas. Cogieron un montón de moras rojas y negras que relucían con el sol y que estaban pegajosas. Olía a tomillo y se escuchaba alguna cigarra y el canto de un pajaro. Una suave brisa removió su cabello y se sintió agadecido,hacia mucho calor. A mitad del camino había una bifurcación y continuaron por la izquierda. Atravesaron otro camino y vislumbraron a lo lejos su meta. Era una casa muy vieja,desvencijada y abandonada hacía ya mucho tiempo por su aspecto. La habian encontrado hacía una semana por casualidad mientras investigaban. Llevaban todo el verano investigando el pueblo y sus alrededores. Era la pasión de Alejo y les había contagiado a Julián y a él. La puerta estaba medio oculta por un tronco enorme caído. Entraron arrastrandose por el suelo. Sacó del bolsillo la linterna que había cogido del taller de su abuelo y alumbró la habitación en que se encontraban. Una rata salió disparada y se escondió bajo un montón de hojas secas caídas. Alejo sacó de su bolsillo trasero la guía de detectives y les explicó lo que iban a hacer. Iban a intentar encontrar pistas sobre la gente que antes habitaba la casa y descubrir si se había cometido algún asesinato en ella. Curiosearon por todos lados y Alejo encontró en el suelo unas manchas rojas muy secas. Sacó la pequeña navaja que su padre le había traído de Suiza y rascó un poco. Abrió una bolsa que sacó del otro bolsillo trasero y depositó lo poco que había podido rascar. Les dijo que cuando llegara a casa lo miraría en su microscópio para comprobar de que se trataba. Julián y él no encontraron nada más que unas latas viejas de sardinas llenas de hormigas y unos tebeos eróticos que leyeron y miraron con los ojos bien abiertos entre risas y silbidos. Después Julián les enseñó una llaves nuevas que había aprendido en karate. Se le daba bien y disfrutaba moviéndose con agilidad. Él, por su parte,les contó el último tebeo de Conan que se había leído y escenificaron sus partes favoritas. Se estaba haciendo tarde y debían volver antes que se hiciera de noche para cenar. Deshicieron todo el camino y se separaron al principio del puente. Llegó a su casa y su abuela le echó la bronca por volver tarde y todo sucio. -A saber dónde se ha metido este crío del demonio-dijo a su marido y este,simplemente le miró y le dedicó una gran sonrisa. Cenó y su abuela finalmente le castigó por no comerse el pescado. Estaba lleno de espinas y sabía fatal. Tampoco le importó mucho el castigo,estaba cansado y le apetecía seguir leyendo el libro de Sherlock Holmes que había cogido en la biblioteca. Se tumbó en la cama y pensó en todos los lugares que quedaban por investigar. Cerró los ojos pensando eso y  no pensó en nada más. Se quedó dormido con el libro abierto sobre su pecho...

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5 diciembre 2010 7 05 /12 /diciembre /2010 00:20

¿Has pensado alguna vez cual es tu primer recuerdo? Ya sabes a que me refiero. La primera imagen que tuviste,tu primer pensamiento. ¿Sí? Yo lo recuerdo perfectamente. Fué un día de verano,Agosto lo más posible. Yo estaba en la playa frente al mar. Había mucha gente a mi alrededor pero era como si estuviera yo sólo. Me volví y  ví a mi madre colocando la toalla y a mi padre clavando una sombrilla. Grandes perlas de sudor caían de su frente directas a la arena. De repente eché a correr directo al agua como atraido por ella. Cuando llegué a la orilla,,rompió una ola,tropezé y caí de cabeza. Llevaba un sombrero blanco que salió disparado. Me quedé bajo el agua clavado y asustado. Entonces unos brazos me agarraron y me sacaron del agua. Era mi madre. Yo lloraba a moco tendido y ella me abrazó bien fuerte. Ese es mi primer recuerdo y curiosamente creo que el último recuerdo que voy a tener va a ser parecido. Me estoy ahogando. Bueno,mejor dicho,me están ahogando. Cuando llegué al apartamento entré sin ninguna precaución. Sólo pensaba en recuperar el material de Swarley y salir de allí pitando. No me dí cuenta del hombre que estaba agazapado tras el sofá. Me sorprendió por la espalda,forcejeamos y me dió un par de puñetazos en el estómago que me dejaron sin respiración. Ahora tengo la cabeza dentro del vater. Intento luchar pero estoy sin fuerzas. Me vienen a la cabeza cientos de imagenes:Sara,mi primera novia en el jardín de infancia que llevaba coletas y olía a jazmín,mi primer día en el colegio que salí corriendo detrás de mi madre llorando,las tardes de pan con chocolate para merendar,el viaje de fin de curso a Dublín,mi primera borrachera,los conciertos en los que estuve,mi primer coche robado,los primeros delitos,la cárcel,la chica a la que nunca dejé de amar,las promesas incumplidas,todas las cosas malas que he hecho en mi vida,los besos que nunca dí...Él me aprieta más fuerte y ya no puedo aguantar la respiración. El agua empieza a entrar por mi boca y por la nariz y noto como se inundan mis pulmones. Abro los ojos y allí estoy otra vez,en aquel día de playa. Puedo oler la arena,el mar,el viento....Mi madre me agarra por los brazos y me lleva a su pecho mientras intenta tranquilizarme. Noto su corazón latiendo junto al mío. La miro a la cara,veo su sonrisa y sus grandes ojos negros. Ella me susurra:

"Ya está,cariño,ya está" mientras acaricia mi pelo. Vuelvo a mirar el mar y mi vista se empieza a nublar. El cielo se refleja en el agua y pienso que es lo más bonito que he visto en la vida. Despues,oscuridad....

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