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11 febrero 2012 6 11 /02 /febrero /2012 17:20

 

 

                                                                        PROLOGO

 

 

Lo primero que vió al asomarse al gran ventanal de su despacho, fue a dos ardillas que jugaban en el cesped de su jardín. Eran marrones con tonos rojizos y parecía que estaban jugando al pilla-pilla. Una iba detrás de la otra, le tocaba con sus pequeños dedos, salía disparada y viceversa. Debieron notar unos ojos humanos observándolas y se subieron, veloz y gracilmente, al árbol que tenían más cerca. Allí se escondieron entre el ramaje y sólo podía verse sus largas colas asomándose. Recordó que, una vez, había leído que las ardillas son una de las especies que más años llevan sobre la faz de la tierra, unos 20 o 30 millones de años. De hecho, cerca de su casa habían encontrado fósiles de ardillas de aquellas lejanas épocas, además de fósiles de dinosaurios.

Conocía aquella casa desde que tenía uso de razón. De niño, había jugado, como las ardillas, al pilla-pilla, al escondite y a multitud de juegos, junto a sus hermanos y hermanas, en sus enormes jardines. La casa era una mansión victoriana que habían comprado sus padres hacía muchos, muchos años. Era muy grande, tenía cuatro pisos, ocho baños y decenas de habitaciones. Estaba situada en la parte sur de la Isla de Whigth, muy cerca de los profundos acantilados que bordeaban la isla. A la izquierda de la casa, se encontraba un camino que bordeaba la costa y en el que se encontraban casas históricas, villas romanas, castillos medievales ( como el de Carisbooke o el de Yamouth ) y la famosísima casa Osbourne, lugar que sirvió de retiro veraniego de la casa real y, más tarde, en residencia permanente de la reina Victoria hasta que falleció su marido.

Ahora, al igual que la familia real, le servía a él de residencia veraniega. Todos los años, al llegar los primeros calores a Nueva York, abandonaba el bufete de abogados que presidía y emigraba a las tierras de sus antepasados. Le encantaba disfrutar de sus bosques y pastos y evadirse de la aburrida vida en la gran manzana. Esperaba, con impaciencia, que llegara la primera semana de Agosto para poder competir, con su lujoso yate, en las carreras de la Semana de Cowes. Todos los años y durante ocho días, se disputaban carreras de yates y veleros por las millas y millas de playa de la isla.

Se volvió y miró la parte izquierda de su despacho. Justo al lado de un extraño cuadro, en el que podía verse un craneo, con las cuencas de los ojos desiguales y dos fémures cruzados en su base, descansaban, en una brillante estantería, varios trofeos conseguidos en las regatas. En la parte derecha había una gran biblioteca con decenas de libros y legajos ( algunos de ellos incunables y primeras ediciones ) y un enorme sofá orejero, tapizado en cuero natural, de color marrón. Frente a él, una pequeña mesa y  una antigua lampara de pie.

Se sobresaltó al escuchar el sonido del motor de un coche acercándose, por el camino izquierdo de la casa. Observó como el coche se detenía frente a las escaleras de la entrada y de él bajaban dos hombres. Uno de ellos era pequeño, muy delgado y  con unas finas piernas. El otro, era bastante más grande, tenía el pelo cortado al cero y en la mano sostenía un sobre blanco. Sus invitados habían llegado.

El timbre de la casa retumbó y pudo escuchar como Mary, la criada, abría la puerta y recibía a las visitas. Se sentó en la cómoda silla de su escritorio y esperó. Al cabo de unos segundos, llamaron a la puerta del despacho.

- Adelante - dijo él.

La puerta se abrió y entró Mary.

- Con permiso, señor, aquí hay dos hombres que desean verle- dijo. Mary era pequeña, rechoncheta, con cara bonachona y bonita sonrisa. Su madre había servido a la familia durante lustros y ahora ella continuaba la estirpe.

- Que pasen, Mary. Gracias- dijo.

- Con permiso, señor- dijo ella y se retiró de la habitación. Entraron los dos hombres y se pararon frente al escritorio.

- Buenos días, caballeros - dijo él.

- Buenos días, señor - respondieron al unísono.

- Creo que tienen algo para mí, ¿ no es así ? - les dijo.

- Así es, señor - dijo el más pequeño de los dos y, acto seguido, el más grande arrojó el sobre blanco sobre el escritorio.

Cogió el sobre, lo abrió con un pequeño abrecartas de plata y sacó su contenido. Eran unas fotogafías de tamaño grande. Las empezó a observar y al ir pasándolas, una a una,  una sonrisa se fue formando en su rostro.

- Así que era verdad, no se había marcado ningún farol.....Lo ha encontrado - comentó en voz alta. Los dos hombres permanecieron quietos, callados, esperando a lo que les dijera.

- ¿ Son auténticas ? ¿ Lo habéis investigado ? - les dijo.

- Eso parece, señor- dijo el más pequeño de los dos. - Las enviamos a los expertos que nos recomendó y, según ellos, son auténticas.

- Ajá - dijo él y siguió mirando aquellas fotografías. - ¿ Cuando habéis quedado con él ? - les preguntó.

- Pasado mañana, señor - dijo el más grande.- Nos dijo que traería el mapa.

- Entiendo - dijo. - ¿ Y cuanto pide por él ?- Los dos hombres se miraron y el más delgado, tragando saliva, contestó.

- Cin - cinco millones de libras, señor. Nos recalcó que le dijéramos que eran innegociables - dijo.

- ¿ Innegociables ? O sea, que además de buscador de tesoros es un hombre avaricioso, ¿ no les parece ? - les preguntó.

 - Sí, señor, eso parece - dijo el más pequeño.

 - ¿ Y dónde os habéis citado ? - preguntó.

- En Fowey,  un pequeño pueblo de pescadores de la costa sureste - le dijo.

 - Sí, lo conozco - dijo y se quedó pensativo durante unos segundos. Tamborileó con sus dedos el escritorio, se levantó de la silla, se dió la vuelta y miró de nuevo a traves del gran ventanal. A la derecha y en el horizonte, pudo divisar las rocas conocidas como Needles. Eran tres grandes torres de roca carcárea que sobresalían del mar y que eran muy famosas en la isla. Sin apartar la vista de ellas y sin girarse, habló.

- Ya saben lo que tienen que hacer, ¿ no ? - les preguntó.

- Sí, señor - respondieron al unísono.

- De acuerdo, entonces espero su llamada dentro de tres días - dijo. Se volvió y los miró fijamente a los ojos. - Espero también que sean buenas noticias. No quiero ningún fallo, ¿ me han entendido ? - les dijo.

- Sí, señor - volvieron a contestar los dos a la vez.

- Muy bien, pueden irse. Buenos días, caballeros - dijo y se volvió de nuevo hacia el ventanal.

Los dos hombres abandonaron el despacho y el silencio volvió a reinar en él. Desde su privilegiada posición, vió como se subían al coche y emprendían el camino de vuelta. Se mesó los cabellos y se sumergió en sus pensamientos. Había llegado la hora. Dentro de muy poco tiempo, mostraría su descubrimiento a la hermandad  y llevaría a cabo su venganza. Los años de infructuosa busqueda habían terminado. Se acercaban buenos tiempos, podía sentirlo hasta en lo más profundo de su alma. Se volvió a sentar, cogió las fotografías y las observó de nuevo.

, se dijo a sí mismo. Se acercan muy buenos tiempos para mí....

 

 

 

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