Oscar caminaba sin prisa pero sin pausa ensimismado en sus pensamientos. Pensaba en sus notas, que sin llegar a
ser las mejores del mundo, no estaban nada mal. Un par de Notables en Lenguaje y Sociales, tres Bienes en Reli-
gión, Inglés y Música y un par de suficientes en Ciencias Naturales y Matemáticas, que eran las que más le costaba
aprobar. En Gimnasia no había recibido calificación, como durante todo el curso. Debido a una extraña alergia al su-
dor no podía realizar actividad física ninguna. En cuanto sudaba un poco más de la cuenta, el cuerpo empezaba a lle-
nársele de granos. A consecuencia de esto, sufría grandes picores y mucho malestar.. Le habían detectado la alergia
al principio de curso tras numerosas pruebas, la mayoría de las cuales consistían en dolorosas y habituales inyecci-
ones. Oscar, que siempre habia sido un chico delgado, nervioso, que nunca paraba quieto se había converttido en
otro despues de esto. Se había engordado bastante por la falta de ejercicio y había tranquilizado mucho su carácter.
Ya no era ese niño que podías ver corriendo por el parque, montado en bicicleta o jugando sin parar con su balón de
fútbol. Ahora lo más normal era verlo tumbado con un libro o con cualquier comic de superheroes en la cama o senta-
do en las escaleras de patio del colegio que compartía con compañeros lesionados mientra el resto de su clase ha-
cian gimnasia.
Pensaba también en que tenía que terminar la carta para Cristina, su amiga por correo. Sobre las Navidades pasa-
das, Josema, el profesor de Lengua había llegado a clase con una caja llena de cartas de otro colegio. Las fué repar-
tiendo una a una, pupitre a pupitre. Les comentó que las cartas procedían de un colegio mixto de Barcelona. El cole-
gio de Oscar era sólo de chicos, por eso, la sola idea de que les podía tocar una chica en las cartas, había provocado
un gran alboroto en clase. Y el había sido uno de esos afortunados. La chica se llamaba Cristina y le llamó mucho la
atención su letra pequeña y el olor dulzón a colonia que procedía de las hojas. En la carta le hablaba de sus aficiones,
de su familia, de sus amigos del cole...También incluía una foto suya en la que se le veía sentada en un muro con el
mar de fondo y bajo un precioso cielo azul y brillante. Era rubia, delgadita y lucía una gran sonrisa. Él le contestó ese
mismo día nada más llegar a casa. Desde entonces, no habían parado de cartearse. En la última carta que había re-
cibido, ella le contaba sus planes para el verano que consistían en pasarse dos meses en Irlanda en un intercambio
con otra niña de allí. Así aprendería Inglés, que se le daba fatal, y conocería otro pais, cosa que le apetecía mucho.
Se le notaba muy ilusionada y contenta y él también lo estaba por ella.
Tan absorto estaba en lo que pensaba, que al cruzar una calle de camino al bar de su madre, no se dió cuenta del coche que se le acercaba a toda velocidad. El conductor tocó el claxon varias veces para advertirle. Oscar se quedó paralizado al ver el Renault 5 avalanzandose hacia él. Pegó un fuerte frenazo y se quedó parado a unos pocos centímetros de sus piernas. Un sudor frío le recorrió la espalda y un gran nudo se posó en su garganta. El conductor sacó la cabeza por la ventanilla y empezó a maldecirle y a soltar sapos y culebras por su boca. Eso hizo que despertara de su letargo y echara a correr sin mirar atrás con el miedo metido en el cuerpo. Se enfadó consigo mismo por no haber estado atento al cruze tal y como le había enseñado su padre y tal y como le repetía miles de veces su madre.Todavía con el corazón bombeándole a toda velocidad divisó El Naranjo, el bar de su madre, en la acera de enfrente. Cruzó la calle, esta vez con más cuidado y entró en el bar.